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Un hombre que estaba de luto gritó a una niña. Cuatro meses más tarde se arrepintió...

Esta historia muestra cómo se nos olvida pensar en los demás mientras estamos preocupados por nuestras propias vidas. Esta niña nos enseña que pensar en otros seres es muy importante ...

Tenía 6 años cuando la vi por primera vez en la playa cerca de mi casa. Siempre iba a la playa cuando algo malo pasaba en mi vida . Ella estaba haciendo un castillo de arena y yo la miraba a ella y al mar. Me dijo “hola”. Le saludé con la cabeza. No me apetecía hablar con una niña.
-Estoy construyendo – Me explicó. -Ya veo. ¿Y qué es? – Pregunté sin interés. -Pues no sé. Sólo me gusta el tacto de la arena.
Pensé que eso sonaba bien pues me quité los zapatos. Vi a un playero común corriendo por la playa.
-Eso es una alegría – Dijo ella. -¿El qué? -Pues eso es una alegría. Mi madre dice que los pájaros atraen a la suerte.
El pájaro se fue. Me dije a mí mismo: “Adiós alegría, bienvenido dolor” y me fui. Me sentía mal. Mi vida perdía sentido.
-Pero, ¿cómo te llamas? – Insistió la niña. -Robert – Respondí sin ganas - Robert Peterson. -Yo soy Wendy. Tengo seis años. -Mucho gusto, Wendy. -Usted es gracioso – Se puso a reír.
A pesar de mi mal humor, yo también me reí. Su risa me acompañaba mientras me alejaba.
-Señor, ¡vuelva mañana! – Gritó – Tendremos otro buen día.

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Los días y las semanas siguientes me tenían muy ocupado y más por cuidar de mi madre enferma. Un día, fregando los platos, pensé que necesitaba ver a un playero común... Me fui a la playa.
En la orilla del mar estaba mirando las olas. Hacía frío pero quería andar un poquito. Quería encontrar mi equilibrio perdido.
-Buenos días – Oí su voz.- ¿Quiere jugar conmigo? -¿Jugar a qué? – Intenté ocultar mi irritación. -Pues no sé. Quizás usted tenga una idea. -¿Adivinanzas? – Pregunté con sarcasmo. -Bueno, pues sólo nos damos una vuelta mejor.
Mírandola me di cuenta de lo delicada que era.
-¿Dónde vives? – Pregunté. -Ahí, cerca – Señaló unas casas de verano.
Pensé que era algo raro ya que era invierno.
-¿Y dónde está tu colegio? -No voy al colegio. Mi mamá dice que estamos de vacaciones.
Seguíamos andando y Wendy no paraba de hablar, pero no la escuchaba. Estaba pensando en otras cosas. Cuando nos despedimos, Wendy me dijo que había sido un día alegre. Fue raro, pero me sentí mucho mejor. Estaba de acuerdo con ella. Tres días más tarde corrí hacia la playa con sensación de pánico. No quería ver a Wendy. Creía que delante de su casa vi a su madre e incluso me dieron ganas de acercarme y decirle que debería cuidar más de su hija.
-Mira, si te parece bien – Le dije a Wendy cuando estaba a mi lado – hoy prefiero estar solo.
- ¿Por qué? – Estaba más pálida de lo normal y parecía respirar con dificultad.
Le miré y grité:
-Porque hoy ha muerto mi madre – Enseguida pensé por qué le hubiera dicho eso. -Ay, entonces hoy es un mal día – Dijo en voz baja. -Sí. Y ayer, y anteayer lo fueron también. Vete ya, por favor. -¿Dolía? – Me preguntó. -¿Si dolía el qué? – Estaba molesto tanto con ella, como conmigo mismo. -¿Dolía cuando murió? -¡Por supuesto que sí! – Grité. No la entendía, estaba centrado en mis sentimientos. Me fui.

Pasó un mes, quizás un poco más, y volví a la playa. No estaba ahí. Me sentía mal, estaba algo avergonzado, le echaba de menos. Me fui a su casa y toqué la puerta. Me abrió una joven mujer con el pelo de color miel.
-Buenos días, me llamo Robert Peterson, busco a una niña que siempre estaba jugando por aquí y hoy no la veo. -Sí, claro, usted es el señor Peterson. Entra por favor. Wendy hablaba mucho sobre usted. Le dejaba hablar con usted. Si eso le molestaba, le pido disculpas. -¡Qué va! Es una niña maravillosa! – Dije y fue lo que pensaba de verdad.
-Wendy murió la semana pasada, señor Peterson. Tenía leucemia. Quizás no le haya dicho nada sobre su enfermedad.
Me paralizó. Tuve que sentarme.
-Ella amaba a esta playa pues cuando me pidió volver aquí, no pude decir no. Aquí se sentía mucho mejor. Y para ella la mayoría de los días que pasaba aquí fueron días alegres. Pero las últimas semanas su estado empeoró - Su voz se cortó – Por cierto, dejó algo para usted. Espera por favor, voy a buscarlo.
Acepté con una cara tonta. Mi cerebro intentaba buscar las palabras adecuadas. Me dio una carta. Dentro había un dibujo hecho con crayones de colores. Una playa amarilla, un mar azul y un pájaro marrón. Y abajo escribió: “Un pequeño playero común que te atrae la suerte”. No pude contener las lágrimas. Pensaba que mi corazón ya no recordaba cómo se amaba y ahora se abrió de nuevo.
Abrazé a la madre de Wendy. – Lo siento mucho – Murmuré.
Estábamos ahí los dos llorando. El dibujo más preciado ya está colgado en mi despacho. Esta frase cortita me recuerda a ella. El regalo de Wendy de los ojos de color del mar y el pelo rubio me recuerda el valor, la harmonía y el amor desinteresado. Este regalo me recuerda a la niña que me enseño a amar.

Esta historia muestra cómo se nos olvida pensar en los demás mientras estamos preocupados por nuestras propias vidas. Esta niña nos enseña que pensar en otros seres es muy importante ... ¡A compartirla!

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